Conceptos y términos: 'Solipsismo'
Si uno es un idealista radical y un escéptico radical, no puede por menos que ser un solipsista. El solipsismo, en efecto, se deriva del escepticismo, que parte de dudar de la certeza de las creencias y del alcance del conocimiento; así como del idealismo, que se basa en la suposición de que son las ideas la auténtica realidad del mundo; conocer dicha realidad sólo es posible si conocemos los actos de nuestra conciencia. Seguramente mejor lo expresa Ferrater Mora: “El idealismo subjetivo gnoseológico, que reduce todos los objetos, como objetos de conocimiento, a contenidos de conciencia, y el idealismo metafísico, que niega la existencia o, mejor dicho, la subsistencia, del mundo externo, conducen al solipsismo”.
La palabra solipsismo procede de dos vocablos latinos: solus e ipse, que significan “sólo uno mismo”. Por lo tanto, el solipsismo es la creencia de que sólo existe uno mismo, es decir, mi propia mente, con sus ideas y sus representaciones. Tomas Vinci lo define como la “doctrina que afirma la existencia de una perspectiva en primera persona que posee características privilegiadas e irreducibles, que suponen distintos tipos de aislamiento con respecto a cualesquiera otras personas o cosas externas que puedan existir”.
¿Cómo puede llegarse a una afirmación tan radical? Todo se reduce a suponer que existe un único modo de conocer la realidad y que éste criterio exclusivo es la verdad que el propio sujeto va descubriendo gracias a su naturaleza pensante.
Hay que diferenciar básicamente el solipsismo metodológico del solipsismo metafísico. El primero de ellos no pretende rechazar la idea de que no haya más que nuestra mente; antes el contrario, lo que pretende es que las verdades sedimenten en una base firme, verdades que posteriormente serán tomadas como principios. Así, René Descartes, que creía en la verdad de las ideas, se vio abocado al solipsismo en último término, y sólo pudo evitarlo introduciendo como garante a Dios, pero se trató de un solipsismo descafeinado, débil, por así decir, porque Descartes sólo lo empleó, efectivamente, tratando de fundamentar un saber verdadero de la realidad.
Hay algunas variantes del solipsismo. Mencionemos algunas. A veces se dice que los referentes o significados de las palabras son entidades mentales a los cuales sólo tiene acceso el usuario del lenguaje. Esto sería el solipsismo semántico. Para Thomas Nagel, por otro lado, que sostiene un solipsismo empático, es imposible entender precisa y adecuadamente la experiencia de seres sintientes que no seamos nosotros mismos, por lo que siempre estaremos realmente aislados de los demás, por mucho contacto social que tengamos… una tesis un poco deprimente. El solipsismo ontológico es la formulación radical de esta postura, que ya hemos mencionado y que en sus formas más extremas llega a decir que “lo único de lo que puede decirse significativamente que exista es de nosotros mismos o de nuestros estados mentales (Tomas Vinci, en la entrada solipsismo del Diccionario Akal de Filosofía, Robert Auri (ed.), Madrid, 2004).
Leamos a Ferrater Mora, que nos ilustra con las siguientes palabras: “Así, el solipsismo stricto sensu es aquel que queda encerrado en los límites del solus ipse sin posibilidad de salida al exterior […] El solipsismo extremo y consecuente se halla, por lo tanto, en quienes, como Schuppe y, sobre todo, como Schubert-Soldern, pretenden atenerse de tal modo a la positividad de lo dado, que lo dado sólo puede serlo a una conciencia, esto es, a la propia. Por lo demás, Schubert-Soldern defendió explícitamente la posición solipsista, por cuanto ésta era, a su entender, la única forma de evitar la afirmación metafísica de la trascendencia”.
Alguien que se pregunte si (o, más radicalmente, que afirme) que uno mismo es todo lo que existe y que rete a cualquier otro a rebatirle, lleva las de ganar, en el sentido de que la actitud solipsista llevada a su extremo es completamente irrefutable. Esto es así porque nuestra experiencia del mundo, nuestra vivencia de él no puede ser otra, independientemente de si existen las cosas o los seres externos o si todo es producto de estados internos de mí mismo, como señala Antoni Martinez Riu.
El famoso Bertrand Russell mencionaba a veces una carta que recibió en una ocasión, y no de cualquiera, sino de una lógica de renombre, Christine Ladd-Franklin. En esta carta, la filósofa defendía que ella misma era solipsista; es más, su postura le parecía tan obvia, tan manifiesta, que no entendía cómo era posible que todos los demás filósofos no lo fueran igualmente y no aceptaran sus razones. Para ella, el solipsismo era completamente irrefutable. Y, sí, el solipsismo es irrefutable, porque estamos, todos, encadenados al “predicamento egocéntrico”, es decir: cualquier cosa que conozcamos del mundo parte de la información que nos llega y que nuestros sentidos captan y el cerebro procesa. La experiencia que de él tenemos (o sea, todo aquello que vemos, sentimos, olemos, oímos, etc. ) es nuestro “mundo fenoménico”. Y éste mundo fenoménico es todo lo que alcanzamos a percibir; no podemos ir más allá de él, más allá de lo que podemos percibir, y nuestra experiencia debe limitarse, pues, a aquello que experimentamos. Esto nos impide, por tanto, poder demostrar que el mundo fenoménico de otra persona tenga la misma entidad, que sea tan real, como la que predicamos de la nuestra. Lo dice más concisamente Antoni Martinez Riu: “la exterioridad no puede probarse directamente”.
En tono más jocoso, como era habitual en él, Martin Gardner nos dice: “el solipsismo es la creencia insensata de que sólo existe uno mismo. Todas las otras partes del universo, incluida la otra gente, son ficciones insustanciales de la mente de la persona individual, que es lo único verdaderamente real. Es casi lo mismo que pensar que uno es Dios, y que yo sepa, nunca ha habido un auténtico solipsista que no acabara en una institución mental o que en el pasado no fuera considerado loco”. (Los porqués de un escriba filósofo, Tusquets, Barcelona, 1989).
Fuente: http://apuntesdefilosofa.blogspot.com.es/