Concinidad. (Del lat. concinnĭtas, -ātis).
1. f. Ret. Buen orden y disposición del discurso, armonía, número, elegancia.
Como agregado, en la antigüedad y en diferentes contextos, el término del que procede “concinidad”, concinnitas , fue utilizado para evocar lo armonioso, bien preparado o bien proporcionado.
También León Battista Alberti utiliza el vocablo para designar la justa medida, cuando ni sobra ni falta nada.
El enfoque que vamos a darle aquí está relacionado con usar y economizar nuestras energías armónicamente. Cada nueva jornada amanecemos con una reserva concreta de energía que utilizamos durante el transcurso del día en las actividades que realizamos, en nuestros pensamientos, emociones y procesos corporales. Y he aquí la esencia de la cuestión: ¿Cómo utilizamos nuestra energía? ¿En qué fijamos la atención? ¿Estamos haciendo una actividad mientras pensamos en otra cosa?
Cada acto, cada pensamiento, cada emoción sentida, utiliza una cantidad específica de nuestra energía. Si estamos podando el jardín mientras pensamos en que debemos ir a hacer la compra, ocurren dos cosas: una, que no estamos en el momento presente, podando; y dos, estamos utilizando más energía de la necesaria pensando en la compra en lugar de usar la medida justa de energía para podar el jardín. Puede parecer un detalle sin importancia, pero si sumamos todas las ocasiones en las que gastamos energía innecesariamente, el asunto cambia.
Nos despertamos cada mañana con una gran cantidad de energía con la que poder realizar nuestras tareas diarias de forma correcta y sin que nos agote, pero la mezcla de emociones y pensamientos que remueven nuestras psique casi en todo momento desgasta nuestras reservas continuamente. Si cada vez que tenemos un pensamiento que nos lleva a imaginar lo ilusorio probamos de focalizar ése gasto de energía en la actividad que estamos realizando, nuestra atención se multiplica y no nos cansamos tanto, y por ende, la tarea que hagamos será realizada con más eficiencia. De esta manera no acumulamos estrés ni tensiones, somos más conscientes de nuestro cuerpo y la respiración y preservamos nuestra energía.
Otro ejemplo lo tenemos en la lectura. Si leemos con plena atención, retenemos la información más nítidamente que si leemos con prisa mientras tomamos un café en cualquier lugar de la ciudad durante la hora del descanso o estando con amigos. De ésa segunda manera leemos “a medias”, solo retenemos la información que más nos ha impactado, pero perdemos el contexto y algunos datos que pueden ser relevantes para comprender lo que hemos leído.
Tengamos en cuenta las veces en que nos recreamos en situaciones vividas o imaginarias, en las emociones que surgen a partir de ello y en las tensiones físicas producidas por obrar así. Hablando solo en términos de energía sin entrar en cuestiones más psicológicas –aunque su relación es íntima-, la pérdida es gravísima, y no somos realmente conscientes de lo que nos perjudica vivir dentro de tal dinámica.
La concinidad es la habilidad de gestionar nuestra energía armoniosamente en la cantidad requerida para funcionar con eficacia. La concinidad se practica siendo consciente del momento presente, sin bifurcar la atención de forma innecesaria. Es usar la energía enfocándola en lo que estamos haciendo sin que el ego se haga partícipe de la actividad. Eso significa que cualquier cosa que hagamos la hemos de hacer sin motivo, simplemente hacerlo con desinterés.
Un ejemplo de obrar con concinidad sería el siguiente. Imaginemos que vamos a trabajar en un huerto. Es necesario preparar y abonar la tierra, luego plantar las semillas y mantener el campo alejado de plagas. Pasado el tiempo cosecharemos las hortalizas. Actuar con concinidad sería realizar cada paso sin pensar en el siguiente, es decir, sin imaginar lo que haremos después o si habrá plagas o no. Si estamos trabajando con la horca removiendo el terreno, usaremos con atención nuestra energía en ello y no en otra cosa. Luego seremos conscientes de plantar las semillas correctamente, y después echaremos agua sobre ellas sin pensar en otra cosa que no sea eso. Si no queremos que surjan plagas, haremos algo para prevenirlas, pero no nos preocuparemos de si sucederá algo así, sino que nos ocuparemos de prevenir que ocurra. Paso a paso, en cada proceso de construcción y mantenimiento del huerto, usaremos nuestra energía en el momento presente, sin motivo concreto, obrando nada más. Así nuestra energía tan sólo tiene un canal de transmisión y no se bifurca. Miles de ejemplos sirven para ver la concinidad. Hacer ejercicio sin interés por estar o no en forma, sino simplemente hacerlo. Cocinar sin intención de hacer algo sabroso, sino solo cocinar. Y así con todo en la vida.
Esta práctica forma parte de generar en nosotros la vacuidad interior y hacer únicamente lo útil.
La mente no cesa de generar pensamientos en todo momento. Aparecen diálogos internos, imaginamos situaciones pasadas o posibilidades futuras preocupándonos de lo que va a ocurrir en lugar de ocuparnos de ello; acumulamos emociones y pensamientos, mezclándolo todo de tal manera que gastamos energía hasta agotarnos. Un estado íntegro comporta la atención del momento presente, cuando la energía utilizada no se disgrega, sino que, unificada, realiza lo necesario e idóneo.
En El Camino del Río escribí:
“La identificación con el ego es uno de los hechos más característicos en nuestra psique. Continuamente necesitamos identificarnos con todo. Buscamos adónde aferrarnos en cada momento de nuestra vida. Buscamos la fe y la esperanza, y nos perdemos entre sus nieblas. No sólo nos aferramos a lo externo, sino también a nuestros rasgos psicológicos. Creamos nuestros propios principios sino es que seguimos los de un grupo o religión, y los seguimos ciegamente, y no conscientemente. […] Así, identificados con todo, no somos nada.
[…]
El ser humano se apega a él mismo. Normalmente, todos las personas poseemos un rasgo distintivo que nos caracteriza; ése rasgo distintivo es el aspecto predominante del hacer, del sentir y del pensar del ego. Y lo aceptamos como nuestro, como un rasgo genuino. En realidad, ése rasgo característico provoca la pérdida de nuestra energía y libertad. Ése rasgo al que tanto nos apegamos –es decir, nos identificamos— es dificultoso de eliminar o transformar. De hecho es normal ya que, sin tener un carácter determinado, ¿qué soy entonces?, puede preguntarse cualquier persona. El ser humano necesita reafirmarse y auto reafirmarse como individuo con un carácter concreto, pues esta es una prueba para él de que existe. Cabe decir que, como prueba de la contrariedad en la que estamos sumergidos, al mismo tiempo que deseamos ser únicos y originales, necesitamos sentirnos reconocidos y bien considerados por aquella persona o grupo con el que nos identificamos. Y esto, una vez más, es falso, pura ilusión. Toda adquisición de un rasgo distintivo como propio limita enormemente y mengua las capacidades de crecimiento y evolución interior.
Reflexionar sobre cuál es nuestro rasgo distintivo principal nos ayuda a conocernos mucho mejor.”
Cuando nos dejamos llevar por el estado de identificación –“yo soy esto o lo otro, yo pertenezco a tal cosa”-, estamos utilizando nuestra energía en darle vida al ego. Una vez más, si actuamos con concinidad, no hay planificación, solo actividad, ya sea actividad física, intelectual o de otra clase. Cuando se vive en el momento presente, los estados identificativos se diluyen puesto que no hay preocupación por interpretar papeles de ningún tipo, ni tampoco surgen emociones relacionadas con nuestros apegos.
Normalmente, cuando estamos en el día a día, podemos pensar en lo difícil que es practicar la atención en el momento presente, “porque la cotidianeidad no permite eso”. No es el caso. Pensar de ésa manera es una excusa para no hacer nada y seguir viviendo en la inconsciencia. Además es echar la culpa a lo externo, a las circunstancias que se encuentran fuera de nosotros para justificar que no podemos trabajar sobre sí. Como dijo George Bernard Shaw:
“No busquemos solemnes definiciones de la libertad. Ella es sólo esto: Responsabilidad.”
Somos enteramente responsables de nuestros estados internos, y depende exclusivamente de nosotros el camino de vida que andamos. Una persona íntegra no se deja derribar por las circunstancias de su alrededor, sino que se adapta a ellas y actúa según lo requerido, y por tanto, economiza sus energías porque se ocupa de lo que ocurre y prevé con coherencia lo que va a suceder. Y esto no es nada mágico, ni grandioso o “espiritual”. Se trata de hacerse responsable de uno mismo, de ser consciente de en qué usamos nuestra energía y de estar presente.